¿Cuándo aprendemos sobre las emociones?
Desde la infancia se nos enseña a dejar a un lado las emociones. La rabia, la frustración, el entusiasmo, el miedo… Todas ellas son emociones necesarias con las que nuestra mente, nuestro ser, quiere transmitirnos algo. El miedo nos impulsa hacia la supervivencia, imaginemos que vivimos sin miedo, no dejándolo a un lado, directamente careciendo de esta emoción, ¿qué probabilidad existirá de sobrevivir sin miedo a tener un accidente?
La rabia es una emoción que nos impulsa a actuar ante una injusticia, ¡cuán manipulables seríamos si nada nos pareciese injusto! Cada emoción que sentimos viene a decirnos algo acerca del mundo que, por este aprendizaje, en muchas ocasiones nos pasa desapercibido.
Es así en muchos ámbitos de nuestra vida. Cuando no obtenemos nuestro merecido aumento de sueldo, cuando no podemos irnos de vacaciones por falta de recursos o tiempo, cuando nuestra pareja debe atender su trabajo fuera de su horario y sentimos que esto deteriora nuestra relación… Son muchas las ocasiones cotidianas en las que la emoción nos es adversa y no sabemos gestionarla. Nadie nos ha enseñado a hacerlo, desde edades tempranas nos han inculcado que hay que resignarse o abandonar la situación que nos genera este sentimiento, pero existe una tercera vía que requiere dos esfuerzos por nuestra parte: desaprender este conocimiento interiorizado a base de repetición y “escuchar” lo que las emociones nos quieren decir.
Diferencias entre emoción y estado emocional
Cuando una persona ”se instala” en una emoción o, dicho de otro modo, tiene emociones enraizadas, tiende a vivir su vida con un tinte particular de esa emoción permanente. Por ejemplo, una persona que vive un estado prolongado de miedo es una persona desconfiada, una persona que vive en la tristeza será, con toda probabilidad, una persona depresiva. En ocasiones un duro golpe en la vida, la pérdida de un familiar, por ejemplo, es el catalizador para que una emoción pase de ser un estímulo temporal a establecerse en el núcleo de la coherencia emocional. En estos casos es fundamental tratar de encontrar ayuda profesional, por esta razón no voy a ahondar más en el tema. Me centraré sólo en las emociones circunstanciales disparadas por eventos cotidianos, que suponen una posibilidad de aprendizaje y no un riesgo para nuestra salud.
¿Cuál fue mi viaje?
El primer paso para trabajar nuestra percepción y respuesta a nuestras emociones es observarlas, aprender a detectar esos cambios y catalogarlas en el abanico de posibilidades que existen. Existen en el mundo muchas personas que confunden a menudo la rabia, emoción que nos alerta de una injusticia, y la frustración, emoción que sentimos cuando algo no sale como esperamos. Cierto es que cuando algo no sale como esperamos podemos pensar que se trata de una situación injusta, pero son dos sentimientos distintos, la rabia nos impulsa a actuar ante la injusticia y la frustración nos invita a tomar un camino alternativo. La frustración, a menudo, está ligada a otra emoción: la perseverancia, que se trata de un juicio de posibilidad. Es importante aprender a catalogarlas y en muchas ocasiones, sobre todo al principio, pedir ayuda a nuestro entorno para aprender a detectarlas de forma eficaz.
El siguiente paso, una vez etiquetadas las emociones, es aprender a observar nuestra reacción habitual y los resultados que nos genera. Imaginemos que hemos aprendido a detectar el miedo y se nos presenta una situación en la que nuestro puesto de trabajo está comprometido, por ejemplo en un ajuste presupuestario o en la renovación de un contrato. En este paso, habiendo aprendido a etiquetar nuestro sentimiento como miedo, que no es otra cosa que una emoción necesaria asociada a la posibilidad de pérdida de algo importante, debemos observar cuál es nuestra reacción natural para conocer qué resultados obtenemos con ella. Existen multitud de posibilidades en casos como este, por ejemplo que nuestra actitud ante nuestro equipo sea más arisca, que estemos más susceptibles a la hora de enfrentar una crítica poniéndonos a la defensiva, que tratemos de agradar de forma exagerada a la dirección de la empresa… Es importante en este punto actuar desde la observación y no desde la acción, esto será objeto de pasos posteriores.
Una vez tenemos un mapa más o menos fiable de nuestra respuesta a determinadas emociones, nuestro siguiente paso será revivir estas situaciones en momentos de tranquilidad absoluta y tratar de conjeturar qué resultados hubiésemos obtenido suponiendo alternativas interactivas sobre esa realidad. Como si de un videojuego se tratase, imaginamos una conversación diferente a la que tuvimos y suponemos, desde nuestro conocimiento de esa otra persona, cuál hubiese sido el hilo de la misma en esta conversación virtual. De entre todas las situaciones que podamos imaginar, debemos elegir una que hubiese hecho que nuestro miedo se hubiese ido disipando. Nuestro miedo ha venido, nos ha dicho algo y, en nuestra realidad interactiva, se ha marchado dejando paso a otras emociones desde la que podemos actuar diferente y obtener resultados, con toda probabilidad, más satisfactorios. Como podremos observar llegado este punto, en la realidad este miedo no sólo no se ha disipado sino que, además, hemos podido sentir otras emociones como rabia, frustración, culpa o resentimiento.
Mis resultados
Ahora estamos en disposición de poner en práctica estos pasos en tiempo real. Imaginemos que la vida nos vuelve a poner en la situación anterior y ya sabemos detectar las emociones y conocemos los comportamientos que nos ofrecen un mejor camino. De las múltiples posibilidades que emergen ante esta hipotética situación, voy a describir una que a mi me generaría un escenario óptimo y mejoraría mis resultados: mi contrato se deberá renovar dentro de 15 días y veo que el miedo a perder mi puesto viene a mi, embargándome una sensación de inseguridad normal ante una situación así. Tengo un equipo con el que llevo trabajando varios meses y una cierta confianza personal de compartir nuestro día a día. En situaciones previas a esta fase de observación, de estos pasos descritos anteriormente, mi reacción podría ser tratar de destacar frente a la dirección y tomarme como un ataque personal cualquier crítica, por buena intención que tuviese, sin embargo en mi fase interactiva de esta realidad aprendí que había hecho un buen trabajo durante todo mi tiempo colaborando en este equipo y, si por cualquier motivo tuviese alguna duda sobre este punto, ahora sería capaz de afrontar un feedback de alguien de mi equipo y, además, sentiré que me es posible pedirlo directamente. Esta nueva actitud de calma me ayudará a afrontar el miedo desde la confianza y desde la seguridad de indagar acerca del “pulso” de la situación con respecto al resto del equipo o, incluso, de la dirección.
Podría darse el caso de que mi miedo se cumpliese, afrontar esta emoción no es garantía de que la situación no se cumpla, pero ahora estaría en disposición de asumir esa pérdida, tendría la confianza transmitida por mi entorno más cercano como palanca para emprender nuevos caminos y sabría que he hecho todo lo posible por evitar una situación que, según los Círculos de Covey, se escapa de mi ámbito de control y de influencia.
Encuentra tu propio viaje
Como se puede ver, estos pasos son extrapolables a cualquier emoción, cualquier situación o evento que dispare un sentimiento que nos permita crecer, puede ser observado y obtener un aprendizaje, para ello hay que desaprender los tabúes que aprendimos y hablar y escuchar con franqueza a nuestras emociones, pues todas vienen para decirnos algo acerca de quién somos y nos ayudan a convertirnos en quien queremos ser