En ocasiones no es fácil distinguir lo que es urgente, lo que es importante y lo que es posible.
Muchas veces alguien se ha quedado trabajando hasta tarde en una presentación «para mañana» que nunca ha visto la luz. Era urgente pero no importante.
Muchas otras, alguien ha dedicado centenares de horas de estudio a una materia que nunca ha llegado a comprender, para labrarse un futuro. Era importante pero no posible.
También ha ocurrido que alguien ha tratado de salvarse de una bancarrota y no lo ha conseguido. Era urgente e importante, sí, pero no era posible.
No es todo blanco o negro, ya lo sé, como también podemos asegurar que lo que es posible y no se intenta, se convierte en imposible. Ahora bien, centrarse en temas urgentes que no tienen importancia o que, por naturaleza, no son posibles, es una pérdida de tiempo y de recursos, a veces, inimaginable.
Todo lo importante debe ser posible y, por consiguiente, todo lo urgente debe ser importante y posible al mismo tiempo.
¿Por qué, sabiendo esto, fracasamos tan a menudo?
La respuesta no es sencilla, pues depende de muchos factores que sólo cada situación conoce. Ante algo urgente, unas de las primeras reflexiones que podemos hacer es: «¿Tiene un propósito? ¿Ayuda a alguien de algún modo?» Ante una situación de este tipo en un ambiente laboral, la respuesta parece obvia: «Me ayuda a ganar un sueldo». Parece que ha tomado importancia al tener un propósito, pero, si vamos más a fondo, puede no tenerlo realmente, lo cual se hace más evidente si nos salimos de la ecuación (o a la empresa, en el caso de ser algo del trabajo).
Después de esta reflexión nos conviene cerciorarnos de algunos detalles más, como son: «¿Qué herramientas tengo para llevarlo a cabo? ¿Me da tiempo o necesito ayuda?»
Ahora, con estas preguntas que dejo a modo de ejemplo y cientos de ellas más, ya podemos averiguar si, además de ser importante, es posible.
Puede ser un trabajo de manualidades, un estudio de mercado, extinguir un incendio o acabar la Sagrada Familia, si nos surge una tarea urgente, tenemos las claves para darle la importancia y calibrar las posibilidades de éxito.
Vuelvo a preguntar entonces… ¿por qué, sabiendo esto, fracasamos tan a menudo?
La respuesta es muy simple: porque es muy habitual que nos saltemos el paso intermedio y, también en muchas ocasiones, nos saltemos el paso final. Me explico. Cuando algo es importante, ya viene con un propósito, pero a menudo se nos olvida comprobar si tenemos herramientas y tiempo para conseguirlo. Cuando algo nos viene, o lo convertimos, como algo urgente, casi siempre nos ponemos directamente a buscar la solución. Imagina que te dicen que es urgente acabar la Sagrada Familia y tú, que cuando suena la cisterna llamas al fontanero, te pones a hacer cemento… puede que lo logres, pero quizá no en el plazo «urgente», porque no es posible y no te has parado a pensarlo. Además, si lo piensas un poco, después de un siglo, ¿por qué la urgencia? ¿A quién beneficia después de tanto tiempo? ¿Es realmente importante abordar ese proyecto ahora?
Con las famosas «slides del jefe» nos ocurre lo mismo: «Tiene que estar para mañana así que me pongo ahora mismo y lo que tarde» sin habernos preguntado si tiene un propósito ni validar que soy capaz de hacerlo sin quitarle tiempo a mi familia, por ejemplo.
No es un llamamiento a la revolución, sigue haciendo tu trabajo como hasta ahora pero, si puedes, hazlo con cabeza y, sobre todo, no inviertas recursos que no tienes en cosas sin propósito